«La Casa Tomada», el realísmo mágico de Júlio Cortázar

Cuando eres estudiante y te mandan leer libros para tus clases de literatura muchas veces te preguntas si la mente perversa que seleccionó las lecturas tenía como último objetivo hacer que odiaras la literatura y asegurarse de que nunca más te volvieras a acercar a un libro.

Sin embargo, en contadas ocasiones, te encontrabas leyendo alguna joya que te volvía a devolver la confianza en el género literario. Y entre esas joyas podemos citar «La Casa Tomada» un cuento corto de Julio Cortázar y que pertenece al género del realismo mágico.

El realismo mágico es un género literario en el cual los personajes viven en un mundo que, en principio, puede parecer de lo más normal pero en el que, de vez en cuando, ocurren sucesos mágicos ante los cuales los personajes reaccionan con absoluta normalidad. El ejemplo más conocido de este género es la novela «Cien Años de Soledad» de Gabriel García Márquez.

Pero no me enrollo más, os dejo con el cuento, leerlo, de verdad que merece la pena, y al final unos extras…

El cuento

Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la más ventajosa liquidación de sus materiales) guardaba los secretos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia.

Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella, lo que era una locura pues en esa casa podían vivir ocho personas sin estorbarse. Hacíamos la limpieza por la mañana, levantándonos a las siete, y a eso de las once yo le dejaba a Irene las últimas habitaciones por repasar y me iba a la cocina. Almorzábamos a mediodía, siempre puntuales; ya no quedaba nada por hacer fuera de unos platos sucios. Nos resultaba grato almorzar pensando en la casa profunda y silenciosa y cómo nos bastábamos para mantenerla limpia. A veces llegamos a creer que era ella la que no nos dejó casarnos. Irene rechazó dos pretendientes sin mayor motivo, a mí se me murió María Esther antes que llegáramos a comprometernos. Entramos en los cuarenta años con la inexpresada idea de que el nuestro, simple y silencioso matrimonio de hermanos, era necesaria clausura de la genealogía asentada por los bisabuelos en nuestra casa. Nos moriríamos allí algún día, vagos y esquivos primos se quedarían con la casa y la echarían al suelo para enriquecerse con el terreno y los ladrillos; o mejor, nosotros mismos la voltearíamos justicieramente antes de que fuese demasiado tarde.

Irene era una chica nacida para no molestar a nadie. Aparte de su actividad matinal se pasaba el resto del día tejiendo en el sofá de su dormitorio. No sé porqué tejía tanto, yo creo que las mujeres tejen cuando han encontrado en esa labor el gran pretexto para no hacer nada. Irene no era así, tejía cosas siempre necesarias, tricotas para el invierno, medias para mí, mañanitas y chalecos para ella. A veces tejía un chaleco y después lo destejía en un momento porque algo no le agradaba; era gracioso ver en la canastilla el montón de lana encrespada resistiéndose a perder su forma de algunas horas. Los sábados iba yo al centro a comprarle lana; Irene tenía fe en mi gusto, se complacía con los colores y nunca tuve que devolver madejas. Yo aprovechaba esas salidas para dar una vuelta por las librerías y preguntar vanamente si había novedades en literatura francesa. Desde 1939 no llegaba nada valioso a la Argentina.

Pero es de la casa que me interesa hablar, de la casa y de Irene, porque yo no tengo importancia. Me pregunto qué hubiera hecho Irene sin el tejido. Uno puede releer un libro, pero cuando un pull-over está terminado no se puede repetirlo sin escándalo. Un día encontré el cajón de abajo de la cómoda de alcanfor lleno de pañoletas blancas, verdes, lila. Estaban con naftalina, apiladas como en una mercería; no tuve valor de preguntarle a Irene qué pensaba a hacer con ellas. No necesitábamos ganarnos la vida, todos los meses llegaba la plata de los campos y el dinero aumentaba. Pero a Irene solamente la entretenía el tejido, mostraba una destreza maravillosa y a mí se me iban las horas viéndole las manos como erizos plateados, agujas yendo y viniendo y una o dos canastillas en el suelo donde se agitaban constantemente los ovillos. Era hermoso.

Cómo no acordarme de la distribución de la casa. El comedor, una sala con gobelinos, la biblioteca y tres dormitorios grandes quedaban en la parte más retirada, la que mira hacia Rodríguez Peña. Solamente un pasillo con su maciza puerta de roble aislaba esta parte del ala delantera donde había un baño, la cocina, nuestros dormitorios y el living central, al cual comunicaban los dormitorios y el pasillo. Se entraba a la casa por un zaguán con mayólica , y la puerta central daba al living. De manera que uno entraba por el zaguán, abría la cancel y pasaba al living; tenía a los lados las puertas de nuestros dormitorios, y al frente del pasillo que conducía a la parte más retirada; avanzando por le pasillo se franqueaba la puerta de roble y más allá empezaba el otro lado de la casa, o bien se podía girar a la izquierda justamente antes de la puerta y seguir por un pasillo más estrecho que que llevaba a la cocina y al baño. Cuando la puerta estaba abierta advertía uno que la casa era muy grande; si no, daba la impresión de un departamento de los que se edifican ahora, apenas para moverse; Irene y yo vivíamos siempre en esta parte de la casa, casi nunca íbamos más allá de la puerta de roble, salvo para hacer la limpieza, pues es increíble cómo se junta tierra en los muebles. Buenos Aires será una ciudad limpia, pero eso se lo debe a sus habitantes y no a otra cosa. Hay demasiada tierra en el aire, apenas sopla una ráfaga se palpa el polvo en los mármoles de las consolas y entre los rombos de las carpetas de macramé; da trabajo sacarlo bien con plumero, vuela y se suspende en el aire, un momento después se deposita de nuevo en los muebles y en los pianos.

Lo recordaré siempre con claridad porque fue simple y sin circunstancias inútiles. Irene estaba tejiendo en su dormitorio, eran las ocho de la noche y de repente se me ocurrió poner al fuego la pavita del mate. Fui hasta el pasillo hasta enfrentar la entornada puerta de roble, y daba la vuelta al codo que llevaba a la cocina cuando escuché algo en el comedor o la biblioteca. El sonido venía impreciso y sordo, como un volcarse de silla sobre la alfombra o un ahogado susurro de conversación. También lo oí, al mismo tiempo o un segundo después, en el fondo del pasillo que traía desde aquellas piezas hasta la puerta. Me tiré contra la puerta antes de que fuera demasiado tarde, la cerré de golpe apoyando el cuerpo; felizmente la llave estaba puesta de nuestro lado y además corrí el gran cerrojo para más seguridad.

Fui a la cocina, calenté la pavita, y cuando estuve de vuelta con la bandeja del mate le dije a Irene:

—Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado la parte del fondo.

Dejó caer el tejido y me miró con sus graves ojos cansados.

—¿Estás seguro?

Asentí.

—Entonces —dijo recogiendo las agujas— tendremos que vivir en este lado.

Yo cebaba el mate con mucho cuidado, pero ella tardó un rato en reanudar su labor. Me acuerdo que tejía un chaleco gris; a mí me gustaba ese chaleco.

Los primeros días nos pareció penoso porque ambos habíamos dejado en la parte tomada muchas cosas que queríamos. Mis libros de literatura francesa, por ejemplo, estaban todos en la biblioteca. Irene extrañaba unas carpetas, un par de pantuflas que tanto la abrigaban en invierno. Yo sentía mi pipa de enebro y creo que Irene pensó en una botella de Hesperidina de muchos años. Con frecuencia (pero esto solamente sucedió los primeros días) cerrábamos algún cajón de las cómodas y nos mirábamos con tristeza.

—No está aquí.

Y era una cosa más de todo lo que habíamos perdido al otro lado de la casa.

Pero también tuvimos ventajas. La limpieza se simplificó tanto que aun levantándose tardísimo, a las nueve y media por ejemplo, no daban las once y ya estábamos de brazos cruzados. Irene se acostumbró a ir conmigo a la cocina y ayudarme a preparar el almuerzo. Lo pensamos bien y se decidió esto: mientras yo preparaba el almuerzo, Irene cocinaría platos para comer fríos de noche. Nos alegramos porque siempre resulta molesto tener que abandonar los dormitorios al atardecer y ponerse a cocinar. Ahora nos bastaba con la mesa en el dormitorio de Irene y las fuentes de comida fiambre.

Irene estaba contenta porque le quedaba más tiempo para tejer. Yo andaba un poco perdido a causa de los libros, pero por no afligir a mi hermana me puse a revisar la colección de estampillas de papá, y eso me sirvió para matar el tiempo. Nos divertíamos mucho, cada uno en sus cosas, casi siempre reunidos en el dormitorio de Irene que era más cómodo. A veces Irene decía:

—Fíjate este punto que se me ha ocurrido. ¿No da un dibujo de trébol?

Un rato después era yo el que le ponía ante los ojos un cuadrito de papel para que viese el mérito de algún sello de Eupen y Malmédy. Estábamos bien, y poco a poco empezábamos a no pensar. Se puede vivir sin pensar.

(Cuando Irene soñaba en alta voz yo me desvelaba enseguida. Nunca pude habituarme a esa voz de estatua o papagayo, voz que viene se los sueños y no de la garganta. Irene decía que mis sueños consistían en grandes sacudones que a veces hacían caer el cobertor. Nuestros dormitorios tenían el living de por medio, pero de noche se escuchaba cualquier cosa en la casa. Nos oíamos respirar, toser, presentíamos el ademán que conduce a la llave del velador, los mutuos y frecuentes insomnios.

Aparte de eso todo estaba callado en la casa. De día eran los rumores domésticos, el roce metálico de las agujas de tejer, un crujido al pasar las hojas del álbum filatélico. La puerta de roble, creo haberlo dicho, era maciza. En la cocina y el baño, que quedaban tocando la parte tomada, nos poníamos a hablar en voz más alta o Irene cantaba canciones de cuna. En una cocina hay demasiado ruido de loza y vidrios para que otros sonidos irrumpan en ella. Muy pocas veces permitíamos ahí el silencio, pero cuando tornábamos a los dormitorios y al living, entonces la casa se ponía callada y a media luz, hasta pisábamos más despacio para no molestarnos. Yo creo que era por eso que de noche, cuando Irene empezaba a soñar en alto voz, me desvelaba en seguida).

Es casi repetir lo mismo salvo las consecuencias. De noche siento sed, y antes de acostarnos le dije a Irene que iba hasta la cocina a servirme un vaso de agua. Desde la puerta del dormitorio (ella tejía) oí el ruido en la cocina; tal vez en la cocina o tal vez en el baño porque el codo del pasillo apagaba el sonido. A Irene le llamó la atención mi brusca manera de detenerme, y vino a mi lado sin decir palabra. Nos quedamos escuchando los ruidos, notando claramente que eran de este lado de la puerta de roble, en la cocina y en el baño, o en el pasillo mismo donde empezaba el codo casi al lado nuestro.

No nos miramos siquiera. Apreté el brazo de Irene y la hice correr conmigo hasta la puerta cancel, sin volvernos hacia atrás. Los ruidos se oían más fuerte, pero siempre sordos a espaldas nuestras. Cerré de un golpe la cancel y nos quedamos en el zaguán. Ahora no se oía nada.

—Han tomado esta parte —dijo Irene. El tejido le colgaba de las manos y las hebras iban hasta el cancel y se perdían debajo. Cuando vio que los ovillos habían quedado del otro lado, soltó el tejido sin mirarlo.

—¿Tuviste tiempo de traer alguna cosa? —le pregunté inútilmente.

—No, nada.

Estábamos con lo puesto. Me acordé de los quince mil pesos en el armario de mi dormitorio. Ya era tarde ahora.

Como me quedaba el reloj pulsera, vi que eran las once de la noche. Rodeé con mi brazo la cintura de Irene (yo creo que ella estaba llorando) y salimos a la calle. Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada.

El cuento en imágenes

Para el que no le guste leer tanto ahí le dejo unos vídeos dramatizando el cuento, el primero poco más que es una lectura del cuento acompañada de imágenes y música. El segundo es una recreación del mismo con actores reales y el tercero es similar pero tomándose más libertades con el relato, parece más bien una versión de Poltergeist a lo argentino, hasta puedes ver la visión subjetiva de «Los Otros».

Posibles interpretaciones

Y ¿cuál es la interpretación del cuento? Lo ideal sería que cada uno se busque la suya propia, pero teniendo la opinión del autor por qué no ponerla:

Casa tomada fue una pesadilla. Yo soñé Casa tomada. La única diferencia entre lo soñado y el cuento es que en la pesadilla yo estaba solo. Yo estaba en una casa que es exactamente la casa que se describe en el cuento, se veía con muchos detalles, y en un momento dado escuché los ruidos por el lado de la cocina y cerré la puerta y retrocedí. Es decir, asumí la misma actitud de los hermanos. Hasta un momento totalmente insoportable en que –como pasa en algunas pesadillas, las peores son las que no tienen explicaciones, son simplemente el horror en estado puro– en ese sonido estaba el espanto total. Yo me defendía como podía, cerrando las puertas y yendo hacia atrás. Hasta que me desperté de puro espanto.

Muchos quisieron ver en el cuento una alegoría antiperonista, política con la que Cortázar estaba en contra, y que poco a poco invadía a la sociedad de su país del mismo modo en que esa fuerza extraña invade la casa sin que sus ocupantes hagan nada por evitarlo. Incluso el propio Cortázar hizo suya esa interpretación:

Bien podría representar todos mis miedos, o quizá, todas mis aversiones; en ese caso la interpretación antiperonista me parece bastante posible, emergiendo incluso inconscientemente…

Otras interpretaciones hablan del incesto reprimido entre los hermanos. Pero a mi me gusta más la idea de la pasividad de la sociedad actual ante los peligros que la acechan, el poco compromiso en unirse para afrontarlos y la conclusión final de que, finalmente y cuando menos te lo esperas, eres desplazado de la tranquilidad de tu propio hogar sin posibilidad de volver.

Para saber más

Y si alguien quiere saber algo más del cuento aquí os dejo unos enlaces a la wikipedia y otros sesudos análisis del mismo (es curioso que algunos análisis son más largos que el cuento en sí): 1, 2, 3, 4, 5, 6 y 7.

19 comentarios en “«La Casa Tomada», el realísmo mágico de Júlio Cortázar

  1. Siendo como soy amante de la literatura, te diré que una buena parte de ese amor viene por los magníficos profesores que tuve de esa asignatura, y de las magníficas novelas que nos obligaron a leer. «El rojo y el negro» es una obra que leo y releo muy a menudo, así como toda la obra de Delibes, aunque sólo era obligatoria «el Camino». Lo único a lo que no he cogido cariño en toda mi época de obligación lectora, fue a J.R. Jiménez y a «El Quijote», que leí tres veces, una por obligación y dos por devoción, y que no puedo digerir.
    Supongo que va por gustos como todo en esta vida, pero Cortázar es alguien que se me atraganta, igual que Borges.

  2. Yo creo recordar que el número mayor de tostones se daba en literatura gallega, sería supongo que por tener menos donde elegir… el caso era cuando te mandaban leer obras de ideología política y no literatura (como Sempre en Galiza) o obras cuyo mayor mérito era que pertenecían a la órbita reintegracionista (como Scorpio de Carvalho Calero) y que por tanto tenían una sintaxis que resultaba odiosa de leer.

    En cuanto al castellano el Quijote no se me hizo del todo cuesta arriba porque la historia tenía su coña y sólo te mandaban leer capítulos sueltos, pero creo recordar que La Regenta de Clarín era un tostón.

    En definitiva, que aunque hubiera textos obligatorios se debería confiar más en los alumnos y pedirles que leyeran el libro que les pareciera muy interesante y que luego lo contaran en clase

    1. Pues en toda la historia. Recuerda que el realismo mágico se define «como una preocupación estilística y el interés de mostrar lo irreal o extraño como algo cotidiano y común» (wikipedia).

      Siguiendo con la wikipedia algunas de las características de realismo mágico son:
      * Contenido de elementos mágicos/fantásticos, percibidos por los personajes como parte de la «normalidad».
      * Elementos mágicos tal vez intuitivos, pero (por lo general) nunca explicados.
      * Presencia de lo sensorial como parte de la percepción de la realidad.
      * etc.

      Todo eso está presente en el cuento.

    1. Está sacada de Internet, no recuerdo ahora la página, puede que fuera: http://resdilecta.blogspot.com/2008/11/casa-tomada.html

      En cuanto a usarla en un proyecto de escuela, la imagen supongo que tiene copyright ya que venía en una edición concreta del libro, como se ve en: https://eblogtxt.wordpress.com/tag/casa-tomada/ Pero supongo que si es un trabajo sin ánimo de lucro no existirá ningún problema en usarla (aunque con los tiempos que corren últimamente vete tu a saber).

  3. ESTE CUENTO DE MIERDA Y LAS MALDITAS ACTIVIDADES DE ANÁLISIS ME HACEN ODIAR LENGUA! COMO LES PUEDE GUSTAR UN CUENTITO TAN SIN SENTIDO??!!! ES CUALQUIERA! CONOZCO MILES MÁS INTERESANTES QUE VALEN LA PENA LEER Y NO CON TANTAS VUELTAS DE BLA BLA BLA Y BUSCARLE EL PELO AL HUEVO Y EL POR QUÉ A TODO, LAMENTO QUE PIERDAN SU TIEMPO EN ALGO COMO ESO.

    1. Me has dejado intrigado y buscando por ahí he encontrado alguna reflexión como esta: http://ensayosliteratura.blogspot.com.es/2010/05/lo-fantastico-cortazar-y-todorov.html

      Sinceramente no soy literato pero a mí sí que me encaja el cuento dentro del realismo mágico, sobre todo por la naturalidad con la que los personajes actúan ante situaciones mágicas. Si no te gusta esa denominación llámalo Fantasía o Surrealismo, el caso es que el cuento está muy bien.

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