Recientemente y por causas del trabajo he podido pasar unos días en Marrakech y he aprovechado para sacar unas fotos del lugar. Fotos que me han costado un buen puñado de dírhams marroquíes en propinas a los improvisados modelos 😅, así que espero que sepáis valorar el esfuerzo.
Mezquita Koutoubia
Una de las primeras cosas que llama la atención de la ciudad es la Mezquita Koutoubia y su minarete que domina el paisaje de la ciudad. Y lo domina porque por ley ningún edificio de Marrakech (ni siquiera los modernos) puede ser más alto que dicho alminar. Desde el mismo el muecín llama cinco veces al día a la oración.

El minarete de la mezquita guarda cierto parecido con la Giralda de Sevilla, y este parecido se ve acrecentado porque a sus pies está la principal parada de las tipicas calesas turísticas con las que puedes recorrer la ciudad.

Jemaa el Fna
Pero el verdadero monumento representativo de Marrakech no es ningún edificio, sino más bien una plaza al aire libre que ejerce de centro neurálgico de la ciudad. La plaza Jemaa el Fna (no me preguntéis como se pronuncia) ha sido reconocida por la Unesco como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Antaño escenario de desfiles y ejecuciones, hoy en ella puedes encontrarte gente de los más diversa. Por ejemplo, los aguadores que recorren la plaza con sus coloridos atuendos y sombreros con borlas mientras tañen campanas de bronce a su paso.

También los vendedores ambulantes de sortijas y demás abalorios, que a la que te descuidas te separan rápidamente de tu dinero y te cargan de joyas de dudosa calidad.

La plaza por la noche acoge puestos de comida y se transforma en el escenario de músicos y artistas callejeros que atraen a la muchedumbre. Estos no se exactamente qué instrumentos están tocando.



En los puestos de comida puedes degustar los platos típicos de la zona preparados en vivo y en directo. En el puesto en el que cené yo afirmaban sin tapujos que su comida era mejor que la de Arguiñano, Arzak y demás cocineros españoles. Labia para liarte y que acabes comiendo en su local no les falta.

Barras, mesas y bancos convierten el lugar en un inmenso restaurante al aire libre. Bajo la nube de humo que se eleva de las parrillas se puede disfrutar de una vasta variedad de platos marroquíes: Cous cous, tajines, salsas más picantes que un calzoncillo de lana…

En la foto podemos ver una panorámica nocturna desde el Café de France, cafetería con una vista privilegiada sobre la plaza y que permite observar su frenética actividad sin verse acosado por la multitud de sus variopintos personajes.

Zocos
Aunque la plaza de Jemaa El Fna capta al principio toda tu atención, a poco que sales de ella y empiezas a caminar por la medina (el casco viejo amurallado) empiezas a ver como sus estrechas calles están están ocupadas por una fantástica variedad de zocos o bazares. Cada zona está especializada en una mercancía diferente, ya sean alfombras, faroles, babuchas o ingredientes para pócimas mágicas.
La estrechez de las calles, su múltiples cruces y direcciones retorcidas hace que orientarse dentro de la medina suponga un reto al alcance de muy pocos. Lo mejor es no obsesionarse mucho y dejarse llevar, al final acabarás llegando a algún lado. Quizá el principal problema no sea orientarse, sino esquivar el principal medio de transporte de la zona, la motocicletas que te pasan a centímetros a toda velocidad.
La Kasbah
En la parte sur de la Medina se encuentra la Kasbah, que no es una cosa que le sale a los moros en el pelo, sino otro barrio de calles pequeñas y retorcidas, pero siempre con mucho bullicio. También tiene sus puestos de venta y sus calles no son tan estrechamente agobiantes como las del zoco del norte de la medina.



Tumbas Sadíes y Palacio El-Badi
Dentro de la Kasbah encontramos las impresionantes tumbas sadíes, tumbas reales de una de las antiguas dinastías reinantes de Marruecos.

No mucho más lejos encontramos las ruinas del palacio El-Badi, de dimensiones considerables y que fue saqueado hace ya cientos de años cuando la dinastía reinante cayó en desgracia. Hoy en día sirve de cobijo a las cigueñas que en él anidan, que se erigen como una advertencia de la historia contra la extravagancia.

Madrasa de Ben Youssef y Museo de Marrakech
Al norte de la medina nos encontramos con otros monumentos destacados. Por un lado la Madrasa de Ben Youssef, una centenaria escuela coránica que exhibe exquisitos motivos ornamentales, cuenta con un amplio patio central al que dan algunas de las habitaciones en donde se recluían los estudiantes para aprenderse el Corán.

Por otro lado el Museo de Marrakech, del cual podemos destacar más el continente que el contenido. Se trata de un palacio relativamente moderno (del siglo XIX) construido por Mehdi Menebhi, un alto funcionario marroquí, en estilo morisco. El ambiente lo crea la música típica que suena entre sus paredes y que puedes comprar a la salida.

Muralla y puertas de la ciudad
La medina o ciudad vieja está rodeada por varios kilómetros de muralla rojiza de barro seco franqueda por casi 20 puertas. Incapaz de detener lo asaltos enemigos a lo largo de la historia, la muralla es más ornamental que funcional. Los nuevos edificios se siguen pintando con el característico tono rojizo de la muralla que caracteriza a toda la ciudad.
Abajo la puerta de Bab Agnaou, la más hermosa de la ciudad y la única realizada en piedra. Los modernos guardias son el par de cigüeñas que la flanquean a cada lado.

Las puertas, obligados puntos de paso, son también los lugares donde se concentran todo tipo de vendedores.


Jardín Majorelle
Finalmente, para acabar un rincón muy curioso y poco árabe de la ciudad: El Jardín Majorelle. Jacques Majorelle, un artista francés que se instaló en Marrakech para recuperarse de una enfermedad, creo este precioso jardín que posteriormente perteneció al diseñador francés Yves Saint-Laurent.

En conclusión…
Marrakech es una ciudad a caballo entre la modernidad y el pasado, entre occidente y oriente. No hay más que pasear por la Cité Nouvelle (la nueva ciudad construida por los franceses) para encontrarte marcas como Zara, McDonald’s, Mango, Stradivarius, autobuses de Alsa. Solo algún que otro minarete en el horizonte te recuerda dónde estás.

Pero una vez que te adentras en la medina vuelves al mundo de velos, hijabs, túnicas, vendedores de babuchas y burros como principal motorización de los vehículos y a veces ni eso, solo hay que ver los porteadores de maletas de la medina (imprescindibles para orientarse en el laberinto de calles).

En definitiva, una ciudad exótica pero amable con el turismo y cómoda para el turista occidental que puede disfrutar del exotismo sin sufrir mucho los inconvenientes del mismo.